martes, 21 de junio de 2016

Elecciones


Hace ya tiempo que la situación de España es cada vez más lamentable. Y la vertiente económica, sobre la que lleva tanto tiempo insistiéndose, con ser grave, no es la peor. Más grave me parece el estado de ánimo colectivo y lo que yo denominaría “encanallamiento” de la sociedad, que obstaculiza todo progreso. Pero no es de ese tema de lo quiero hoy hablar. El desencanto, la frustración, la impotencia, la rabia incluso, son reacciones perfectamente comprensibles y fundadas en causas objetivas. Y motivos legítimos y válidos para la acción política. Pero creo que no son los compañeros más adecuados a la hora de decidir el voto. Parto de esta sencilla premisa para desarrollar mi análisis.
Sostengo la tesis de que el voto en unas elecciones debe ser un acto racional. Una ponderación, lo más objetiva posible, de los pros y contras de las distintas opciones (existentes), para decidirse por la que a uno le parece más conveniente, para el conjunto de la sociedad y para sí mismo. No se confunda esta aspiración de objetividad en el análisis con asepsia. La ponderación sólo puede hacerse, naturalmente, dentro del marco filosófico, ideológico y moral de cada uno, y ello da lugar, legítimamente, a la variedad de corrientes del pensamiento político. Ciencia verdadera, no hay más que la Física.
Una disposición, digamos, más altruista, tenderá a poner más el acento en el “bien común”. Pero no hay que condenar con excesiva severidad un punto de vista más centrado en el interés particular. Al fin y al cabo, la conjunción de los intereses particulares es la que conforma el interés general.
Lo que me parece, es que estamos mucho más cerca de sus antípodas que de ese punto de vista racional que propugno. Que el sectarismo es uno de los peores males de nuestra sociedad, temo que bastante mayoritario y cada vez más exacerbado por la demagogia rampante. Y que una cantidad ingente de votos se fundamenta en la animadversión, a veces directamente el odio, que produce el otro. Sin este mal (de la sociedad, no sólo de los políticos) sería inconcebible un bloqueo político como el que padecemos desde hace ya bastantes años, no sólo desde Diciembre. Explicaré una anécdota. Hace ya bastantes años, un buen amigo, impenitente votante socialista, me aseguró que él votaría siempre socialista, “aunque presentasen de candidato a un mono”. Tal aserto me pareció entonces una exageración algo chocante. Hoy me parece sencillamente aberrante. Pero, sin llegar a la caricatura, me parece que es una actitud desgraciadamente muy extendida, especialmente en la izquierda, donde produce con frecuencia llamativos contrastes con la vida particular. Creo que esta actitud es un freno terrible al avance de la sociedad.
Hay pocas cosas que tengan más mala prensa que el cambio de voto o de militancia política. Se comprende el reproche cuando el “cambio de chaqueta” es para arrimarse sin escrúpulos al sol que más calienta, en busca de medro personal. Ejemplos hay sobrados. Pero apenas se admite la posibilidad de evolucionar. Si a una figura de un partido se le “descubre” una militancia anterior en otro, aunque fuera breve o juvenil, es objeto inmediato de todo tipo de anatemas, sin más consideraciones. Esto es tan irracional como la fidelidad de voto, pase lo que pase. Desde las primeras elecciones de la Democracia han pasado muchas cosas. Todos hemos cambiado (incluidos los que se esfuerzan en aparentar que no) y la sociedad lo ha hecho de una forma que nadie hubiera podido imaginar entonces. Desde esta perspectiva sectaria, se es mucho más indulgente, en cambio, con algo mucho más grave: que un partido pueda defender dos cosas totalmente diferentes o antagónicas, según sus circunstancias y conveniencias del momento. El tema de la corrupción es sólo un ejemplo llamativo entre muchos otros. Los forofos encuentran sin mucha dificultad motivos para cambiar de opinión al son de los mandamases, siempre que se sientan amparados por su tribu.
Opino que los millones de ciudadanos que cambiaron su voto para propiciar el gran triunfo de Felipe González hicieron una gran contribución al progreso de la Nación. Lo mismo que los que lo volvieron a cambiar en favor de Aznar, ante el colapso evidente del proyecto felipista. También los que, ante la catástrofe zapateril, otorgaron al PP de Rajoy la mayor concentración de poder político de la etapa democrática. Lástima que la malversara de forma tan lamentable, pero de eso no se puede culpar a los votantes. En cambio, al voto que se ha mantenido imperturbable todo el tiempo, a despecho de las circunstancias, se le podrá calificar de diversas maneras, pero no de racional. Aunque los que lo emiten suelan tenerlo a gala, como si se tratara de una virtud.
Sentado este principio, trataré de analizar la situación en que nos encontramos.
En primer lugar, me parece importante el ámbito de las elecciones que afrontamos. Se trata de elegir el Parlamento de la Nación (Congreso y, no lo olvidemos, Senado, más importante que otras veces), en la esperanza de que serán capaces de formar un Gobierno y poner en marcha una Legislatura que se presenta complicada. Con la Ley Electoral actual, no nos queda más remedio que hacerlo a través de las listas cerradas y bloqueadas que nos presentan los partidos que concurren en nuestra circunscripción electoral. Esto puede ser muy desagradable, pues, con frecuencia, las cúpulas locales o regionales son más lamentables aún que las centrales. Por hablar sólo de mí: cuando yo votaba por Felipe González, me veía obligado, muy a mi pesar, a hacerlo a través del PSC (aunque diré en mi descargo que, por entonces, aún no había traicionado totalmente cualquier principio socialista, en aras del nacionalismo más rancio y retrógrado. Estaba en camino. Comprendo que para alguien que aún se considere, honestamente, socialista, pueda resultar actualmente demasiado duro). En Zaragoza, donde ahora resido, los responsables de Ciudadanos son particularmente penosos (y procelosos). No pude, en modo alguno, darles mi voto para el Ayuntamiento o la Comunidad. Pero sí lo hice (ya con algunas dudas) para el Congreso, en Diciembre. En resumen, creo que un elector racional debe discriminar con claridad los objetivos que persigue en cada elección. Y las posibilidades que tiene de conseguirlos en su circunscripción, especialmente si no es de las grandes. Por supuesto, a los que no tienen más objetivo que que ganen “los suyos” (?), todo esto les da lo mismo.
¿Cuáles son las posibilidades que tenemos en esta ocasión? Me parece que no hay más que las que dicen, con toda razón, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias: un gobierno de centro-derecha o derecha moderada, o uno de izquierda radical. El matiz es importante: por más que se esfuerce la propaganda de la izquierda (la “derecha extrema” de Pérez Rubalcaba etc.), el PP es un partido moderado. Podrá decirse, con más verdad, que es un partido sin principios. Pero eso mismo se traduce en un férreo pragmatismo, incompatible con la radicalidad. El gobierno de izquierdas, como luego analizaré, estará, forzosamente, en manos de Iglesias y sus variados compañeros de viaje, y será, inevitablemente, más o menos radical.
La vía intermedia (la Gran Coalición), parece contar con pocas posibilidades. Sería, sin duda, la más conveniente para la Nación (y para el PSOE, aunque su ceguera les impida verlo). Ya lo era, a partir del momento en que el Sr. Rodríguez empezó a perder el control de la situación. Muchos males se habrían evitado o atenuado (insisto, principalmente los más graves, los no directamente económicos). Pero el sectarismo del que he hablado al principio lo ha impedido totalmente hasta el momento. Y no parece que estemos mejorando. En todo caso, si queda una remota posibilidad, pasa inevitablemente por un resultado catastrófico del PSOE, que lo suma en una profunda crisis, barra a la actual dirección de descerebrados y les haga reflexionar a fondo sobre lo errado del camino que emprendieron, que ya no tienen ni idea de hacia dónde les conduce. Como algunos han dicho muy acertadamente, Podemos es la exuberante cosecha de la siembra del Sr. Rodríguez (y del Sr. Pérez), y acabará con ellos si se siguen obstinando en abonarla. En cualquier caso, aunque el resultado catastrófico se hace cada día más probable, confío muy poco en la rectificación, al menos a corto plazo.
El Gobierno de derecha admite dos variantes:
  • La suma de PP y Ciudadanos alcanza (o casi) la mayoría absoluta y permite la investidura. Una coalición liderada por el PP, con una presencia relativamente fuerte de Ciudadanos (dentro o fuera del Gobierno), permitiría mantener una política económica sensata y emprender un camino de reformas y regeneración de la vida política (temo que muy moderada y bastante alejada, en varios aspectos, de lo que yo desearía). Como efecto colateral no desdeñable, liberaría al PSOE de la prisión en que se halla, permitiéndole pasar tranquilamente a la oposición, con tiempo para meditar. Personalmente, me parece la opción menos mala (aparte de la Gran Coalición), pero no parece muy probable. Lo parecía en Diciembre, pero se malogró, en buena parte debido a los graves errores de Ciudadanos, en mi opinión.
  • La suma no alcanza, pero el PP gana con cierta holgura y el PSOE permite, con su abstención, una legislatura pactada, con unos objetivos y plazos acordados. Es el sucedáneo felipista de la Gran Coalición, que su orgullo no le permite sostener. Trago complicado para el PSOE, que incluye defenestrar previamente a Snchz, deja la iniciativa en manos de Podemos y augura una legislatura muy incierta. Tiene el correlato de que si la suma de la izquierda supera a la del centro y derecha, los sectores más tradicionales del PSOE van a tener complicado evitar el Gobierno de izquierdas.
El Gobierno de izquierdas también admite dos variantes:
  • El PSOE supera a Podemos y compañía, al menos con cierta holgura de escaños. Snchz se lanza, antes de que se lo impidan, a la coalición con Iglesias, tras dura pugna por el reparto de poder. Creo que no es aventurado decir que, dada la levedad intelectual y de carácter del Sr. Snchz, en tal Gobierno Podemos tendría la sartén por el mango. Sería un gobierno inconsistente, inestable y de continuos bandazos, altamente preocupante. Y con otro efecto colateral de la máxima importancia: su debilidad sería el escenario soñado para el secesionismo catalán, que es el problema seguramente más peligroso que tenemos actualmente. Desde mi punto de vista, este escenario es el peor de los posibles, aunque cada día que pasa parece que su probabilidad disminuye.
  • Lo que hace aumentar la de la otra variante: Podemos supera con claridad al PSOE, en votos y en escaños. La catástrofe socialista. Paradójicamente, podría exacerbar el disfraz moderado de Iglesias, para tratar de dulcificar un poco la píldora del PSOE, aunque no creo que sirviera de mucho. No sé si seré un iluso, pero albergo esperanzas de que las fuerzas que conservan el sentido en el PSOE impedirían el suicidio definitivo de su partido, por lo que considero este escenario menos indeseable que el anterior. Pero jugamos con fuego.
  • Ambas variantes podrían aún verse agravadas si la suma requiere el concurso de los partidos secesionistas. La situación, no descabellada, sería tan manicomial que podría, incluso, llevarnos a la catástrofe de unas terceras elecciones.
El ejercicio de tratar de estimar las probabilidades de los distintos escenarios es muy arriesgado. No tenemos más remedio que acudir a las encuestas, a sabiendas de su alto grado de manipulación y su escasa fiabilidad, en una situación tan compleja, en la que un montón de escaños pueden bailar con pequeñas variaciones del voto. Mucha gente está al menos tan confusa como nosotros mismos y muchos (digan lo que digan los expertos demoscópicos) mienten. A ello añadimos la dificultad añadida de la Ley Electoral. Los que vivís en circunscripciones grandes podéis mantener, sin mucho problema, el voto que se acomoda más a vuestras ideas. En las medianas (7 escaños en Zaragoza), el resultado es más inseguro. En las pequeñas, a todas las consideraciones hechas hay que añadir el dilema de mantenerse en la opción preferida o cambiar a disgusto, a sabiendas de que el voto preferido aprovechará casi seguro a otra, quizás la menos deseada.
En resumen, un panorama muy poco halagüeño. ¿Qué hacer? Como he dicho, abogo por un voto racional. Pero el análisis y la decisión de la mejor alternativa sólo puede hacerse desde las ideas y la conciencia de cada uno, procurando no hacerse trampas, que no es fácil.
Por supuesto, una de las alternativas es la abstención o el voto a Bríos. Quizá la única que no requiere de la pinza de Pascual. Yo mismo la he utilizado, cuando he considerado que ninguna de las alternativas cumplía unos mínimos de solvencia o decencia (tras la masacre de Atocha, por ejemplo). Pero siempre siendo conscientes de que facilitamos la labor a alguno.
Una consideración final. Aunque muchos lo dicen siempre, creo que estas elecciones tienen una importancia especial. Hay un factor nuevo. Por primera vez tiene posibilidades reales de alcanzar el poder una fuerza que, a veces explícitamente y otras tratando de disimularlo (lo que acentúa su peligrosidad), quiere hacer tabla rasa del sistema constitucional. No me voy a extender sobre el modelo que quieren instaurar. Pero sostengo que supondría un grave y peligroso retroceso de la libertad de los ciudadanos. Sobradas muestras han dado ya de su concepción de la democracia y del poder, aunque parece que hay muchos que se resisten a verlo. Al respecto me permito recomendar la lectura (y especialmente la difusión entre los que se consideran de izquierdas) del último artículo de Antonio Robles, http://www.libertaddigital.com/opinion/antonio-robles/un-cantamananas-recorre-espana-79222/
Racionalmente, creo que hay motivos para estar seriamente preocupados.


Juan Giral
Zaragoza, 15 de Junio de 2016
PD 1. Para abundar en lo que dije más arriba, Pablo Iglesias se ha declarado admirador y, prácticamente, hijo político de Zapatero, al que ha calificado de “mejor presidente de la Democracia”. Verdaderamente, no necesitamos más
PD 2. Ciertamente, cada día que pasa resulta más descorazonadora la posición (?) de Ciudadanos en temas capitales. De forma llamativa en el tema de la inmersión. Tengo que volver a recomendar el (ahora) último artículo de Antonio Robles http://www.libertaddigital.com/opinion/antonio-robles/cs-abandona-la-lucha-contra-la-inmersion-79291/ . Pero el tema estrella de la regeneración también se va viendo cada vez más vaporoso. Creo que en la campaña del 20D Ciudadanos malbarató una magnífica posición de partida, por una mezcla de falta de claridad en las propuestas y en las posibles alianzas y una especie de mesianismo tontorrón, que sólo transmitía inconsistencia y bisoñez. La gestión posterior del resultado mejoró algo las cosas, pero el acuerdo con el PSOE (además de generar serias dudas) se presentó, de nuevo, de forma exageradamente enfática y se llevó demasiado lejos. Me parecía que habían aprendido de los errores (ellos mismos lo dijeron) y enfocaban esta campaña con más acierto. Pero ya me va dando la impresión de que vuelven a las andadas de la confusión y de pretender decirles a los demás cómo tienen que organizar su casa. En esta campaña bis, lo más importante que la gente quiere saber (con toda razón) es qué van a hacer con su voto. Podemos y PP lo dicen. Los demás intentan seguir mareando la perdiz. Buscan peces sin mojarse el culo. Si ya no me parecía buena idea en Diciembre, ahora me parece contumacia.
¡Qué difícil te ponen el voto racional!


17 de Junio del 2016